El cruce del canal de Suez.



Salimos de Vigo el lunes día 30 de enero. Barco nuevo, un macicero para la flota atunera del Índico. Algunas faltas de ajuste típicas, pero tuvimos una ruta sin grandes incidencias, con mal tiempo en Portugal pero muy bueno a partir de pasar el estrecho. Cruzamos el Mediterráneo, de punta a punta, rumbo a Egipto. 

El barco al que me refiero en el texto, a medio desguazar-
Miércoles  8 de febrero, llegamos a Port Said, a las 7 de la mañana; a la media hora se acerca la embarcación del práctico, pegando la bocina (que sonaba como el claxon de un Barreiros de los antiguos) de manera frenética, yo ya pensaba que algo estaba ardiendo, pero no, solamente pedían tabaco. No es chiste, el práctico aún no había embarcado y ya pedían tabaco, un cartón se llevaron los mamones de la lancha, y hasta que no apareció el capitán con el cartón, el claxon no se silenciaba. Espantoso. 

Empezamos a entrar hacia el puerto, por llamarlo de alguna manera. Se trataba de un muelle cutre, con los restos de un barco a medio desguazar sobre él. Se notaba que ese barco había estado hundido, por las marcas de mierda. Ni una edificación, tan sólo un montón de escombros y un par de perros que parecían ser de mil razas a la vez, con pinta de tener una población de pulgas tremenda, vamos, más pulgas por centímetro cuadrado de su piel que granos en la cara de un adolescente. El resto del muelle, apenas había defensas, poquísimas bitas en las que amarrar el barco, y menos mal que se trata de un macicero más bien pequeño, de 46 metros, porque si el barco fuera un containero de 200 metros, tendríamos que habernos quedado fondeados fuera, imposible entrar. Aunque la verdad, mejor hubiéramos estado fondeados en cancoño, al menos hubieran venido muchos menos parásitos…


Uno de los perros que pululaban por el muelle.
Atracamos de popa, usando nuestro ancla como muerto. Los del remolcador hacían lo que se les antojaba, nada de hacer caso a nuestras indicaciones, para qué… El práctico, más preocupado del tabaco que de la maniobra, y antes de estar amarrados, el top manta montado en cubierta: pirámides de cristal, papiros con reproducciones de imágenes clásicas del Egipto faraónico, figuras de madera (aunque alguna de ellas tenía una pinta de plástico que tiraba para atrás), imanes de nevera, linternas, pendrives… de todo, eso sí, caro y de una calidad cuanto menos dudosa.  

El crack, empezando a montar el chiringuito. 
Mención aparte merecen los “manteros”;  Eran un grupo humano de lo más curioso. Les puse mote a los cuatro al de 20 minutos de llegar a bordo. El camellero, que era un anciano delgado con pinta de estar perdido; El votante de los hermanos musulmanes, un joven bien vestido que miraba con ojos de desconfianza; El maltratador de animales, un tipo de mediana edad muy malencarado y que no hablaba, y finalmente el crack, un gordo que hablaba a gritos. El crack era quien llevaba todo el rato la voz cantante. Desde el momento uno, sabíamos que él era el jefe de todos los demás. Nada más subir a bordo, y una vez que supo de donde éramos, empezó el discurso: “Ma cuale cosa, españolo, yo viví muchos años en Tenerife, allí aprendere a parlare in españolo, comprare algo, mi amiko, cocinero mafioso amiko mío muchos años…” El cocinero había pasado por allí unos pocos meses antes, y el crack se acordaba de su cara, de ahí lo de “amiko mío” referido a él. El tipo hablaba una mezcolanza de español con italiano y con otros 20 idiomas que dudo mucho que aprendiera en Tenerife, como no fuera en un puticlub regentado por una gorda calabresa. O en una colonia de jubilados italianos. O en un bar cutre del puerto. O en la cárcel compartiendo celda con un estafador napolitano. Pensándolo bien, sí que puede que lo aprendiera en Tenerife. El tipo estaba emperrado en que tenía que comprarle algo, pero no me ofrecía nada que me interesara lo más mínimo, y además no me apetecía gastar ni medio euro en nada que no fuera una tarjeta de teléfono para comunicarme con los míos. Así que allí se fue, a por tres tarjetas, una para el capitán, otra para el patrón y la tercera, para mí. 

Llegó entonces el guardián de puerto, un tipo de unos 50 años, vestido con un uniforme que lo mismo podía ser de una empresa de seguridad privada como del colegio de limpiadores de alcantarillas de El Cairo. En el pecho, una tarjeta de identificación hecha en una impresora que llevaba sin alinear los cabezales desde que se fabricó, allá en la época del comodore, y mal plastificada. Otro cartón de tabaco. Eso sí, vigilar, vigilaba y muy bien. Vigilaba cuando iba a sacar algo comestible el cocinero, en ese momento, aparecía en el comedor como de la nada. También vigilaba todo lo que hicieras que pudiera implicar una petición. En un momento dado, saqué la linterna, para mirar un nivel de aceite en la sala del aire acondicionado (que en este barco, tiene puerta a cubierta). Pues el tipo me pedía que le regalara la linterna, como “souvenir”. El tipo pedía más que Montoro y la madre Teresa juntas. Eso sí, por mi parte, se llevó un mojón, enmarcado y con dedicatoria. Vigilaba todos tus movimientos, y aunque nunca le pillamos llevándose nada (ni a él ni a nadie), sí que se veía que tenía mucho interés por los pañoles, por los repuestos, por los víveres… Y pedía, pedía, pedía, de forma casi compulsiva. 

Y vienen los de aduanas. Tabaco. Vienen los de sanidad. Tabaco. Los de inmigración. Tabaco. Los militares. Tabaco. La policía portuaria. Tabaco, tabaco, tabaco, tabaco. Y cada lancha que venía con una autoridad, a tocar el claxon de forma insistente hasta que se le daba tabaco. Las autoridades sanitarias deberían tomar cartas en el asunto, las tasas de tabaquismo en ese país tienen que ser espantosas; Si todo el tabaco que se llevan de los barcos se lo fuman, una de dos, o cada fumador se calza cuatro paquetes diarios, o en Egipto fuman hasta los bebés lactantes. 

A todo esto, yo me había levantado a las 3 y media de la mañana, para hacer la guardia de 4 a 8, ya que para facilitar los trámites de inmigración, (y para evitar que desaparezcan por las calles de Vigo y aparezcan en Valladolid vendiendo alfombras), ninguna empresa lleva a los tripulantes africanos e indonesios a Abidjan, sino que saca el barco sólo con los europeos de ambos relevos y luego, ya en África, embarcan los  tripulantes habituales y en cuanto a los europeos, los de un relevo se van para casa y los del otro salen a la mar ya con su tripulación completa. Así pues, como decía, yo me había levantado a las 3 y media de la mañana, y como el que hacía la guardia de 12 a 4 no tenía hecha la maleta y se suponía que el consignatario les iba a llevar al hotel a las 4 de la tarde, pues yo no podía echar siesta. Pero claro, también se suponía que los africanos e indonesios iban a llegar a las tres… Recordad todos estos detalles, que a lo largo de la tarde (y la noche) cobraron su especial importancia. 

Comemos, y sigo de guardia, básicamente vigilando que el guardián de puerto no nos baje a la máquina. Y llega el consignatario. Era un tipo joven, de unos 35 años, que pasaba desapercibido allá donde estaba. Cuando subí al puente no me di cuenta de que estaba allí, principalmente porque no emitía ningún sonido. De hecho, en algunos momentos tras descubrirlo en una esquina del puente, tuve que cerciorarme de que aquello respiraba. Y es que uno se pregunta en ocasiones, cómo puede ser que una empresa consignataria que trabaja con barcos de todo el mundo, incluidos españoles, panameños, colombianos, argentinos, chilenos… no tenga ni un solo trabajador que hable castellano. ¿Tan difícil es encontrar a alguien que hable castellano en algunos países? Se ve que sí. Coño, pues podían haber fichado al crack, por el mismo precio, castellano e italiano. 

A todo esto, y hablando del crack, ya llegó con las tarjetas, y le pidió ayuda al votante de los hermanos musulmanes para configurar los móviles. Por cierto, otra más: Resulta que por motivos de seguridad, para poder relacionar un teléfono usado como detonador de un petardo con una persona en concreto, en cualquier lugar del mundo, si vas a comprar una tarjeta sim, te piden una documentación, algo que relacione ese número de teléfono con una identidad. Supongo que en Egipto también sucede. Bueno, pues curiosamente, resulta que esta gente compra tres tarjetas de golpe y las vende de forma inmediata… a tres personas a las que no piden ninguna documentación. Bien, como decía, el votante de los hermanos musulmanes configura el móvil para poder llamar y tener internet, mientras a su lado, el crack no se callaba “En Tenerife molto bono, buen lugare, io querría ir a Valenchia, pero molto caro el volo; Cosinero mafioso, amiko mío, patrono no buono, no darme suvenir, ¿me das tú algo, amiko mío?” 50 euros costó la tarjeta con la recarga que nos hicieron (Vamos, eso fue lo que nos cobraron a nosotros; A saber lo que costó en realidad), y salí a cubierta a llamar a casa. 4 minutos. Eso es lo que duró la recarga. Luego pude seguir hablando con la familia, por whatsapp, ya que internet sí que duró mucho más, de hecho, tres días después, pasando ante unas islas del mar rojo, aún había saldo de datos y recibí un montón de mensajes. Por cierto, Vodafone egipcio, rebautizado a bordo como Faraonfone. 

La "Embarcación de rescate", para uso de los "técnicos".
Se presentan dos tipos (más tabaco) con una especie de zodiac que decían que era para el uso de los “técnicos” del canal… La verdad es que no se les puede negar el valor. Hay que ser muy valiente para subirse en ese mojón flotante. Bueno, creo que flotaba, aunque no lo aseguro porque de la embarcación en la que vino, pasó con nuestra grúa a cubierta, sin tocar el agua. Así pues, no puedo asegurar que flotara, pero una cosa sí que tengo clara, subir a ese engendro del infierno significaba correr peligro de coger cualquier enfermedad desconocida para la ciencia. ¡¡¡Qué cantidad de mierda, por dios!!! Aquello no se había limpiado desde que Ramsés segundo era faraón. De hecho, creo que el último que lo limpió era primo del suegro de Moisés, y los judíos eran aún esclavos del faraón. 

Y ya son las 5 de la tarde, y aún no vienen los africanos. El que sí que viene es el inspector del canal, es decir, el tipo que confirma que el barco está en buenas condiciones para pasar el canal y que es improbable que se quede parado a mitad de camino bloqueando el paso. Eso es un trámite que hacen en todos los canales del mundo. Es una revisión técnica que suele ser bastante rigurosa, pero que no suele ser complicada, simplemente se muestra una documentación, el inspector comprueba que todo está en orden, tal vez hace un par de comprobaciones como mirar si el timón se mueve a buena velocidad… Pero claro, eso es en canales serios como Panamá. En Suez, el inspector va pidiendo papeles, primero pide unos, luego otros, incluso en un barco nuevo, recién clasificado apenas una semana antes, y que ha pasado todas las revisiones de la sociedad de clasificación (revisiones estas sí muy rigurosas y duras, que duran varios días), el tipo va pidiendo todo tipo de documentación. Pero claro, es que buena parte de la documentación, especialmente la de uso diario como los planos del barco, está en castellano porque el barco está construido en España, para una empresa española, llevará oficialía castellanoparlante, el idioma oficial a bordo será el castellano… pero el inspector del canal sólo habla árabe e inglés, y exige que toda la documentación se le traduzca. Y venga a perder tiempo, venga a pelearse con el tipo explicándole lo que significa cada pequeño detalle de la documentación. Además, exige llevársela a su oficina. Le digo que algunos de los planos son únicos, no hay copia a bordo, y el tipo me asegura, me promete, me jura que antes de salir del canal, esos planos, toda esa documentación, estará a bordo. Que si, sin duda. Más tarde le dirá al capitán que esos planos los enviará al barco por DHL, que ese el procedimiento estándar.  (¡¡¡!!!)  Le comento al consignatario, y que no me preocupe… Eso me preocupa más todavía, porque también me dijo que los africanos estarían a bordo a las 3, y que los que se iban para casa se iban a las 4; ya son las 6 y media de la tarde, y siguen sin venir los africanos. Por supuesto, los que se van para casa siguen a bordo. El cocinero improvisa cena para todos. 

Y son las 8 de la noche, y sigo en la máquina. Llegan los africanos (y los indonesios). Traen una pieza de repuesto urgente, una pieza imprescindible que ya empezaba a temer que quedara en algún aeropuerto, perdida por ahí. La caja viene abierta, destrozada, pero no falta nada. Por suerte no había piezas pequeñas en la caja, de otra forma no llegaban ni de coña. Los indonesios (y los africanos) vienen sin cenar y sin comer, maravillas de nuestro consignatario. Los que se van para casa, dos gallegos y tres vascos, salen del barco a las 10 de la noche, rumbo a El Cairo. En coche, 4 horas por delante. Pero tienen tiempo, el vuelo lo tienen al día siguiente, a las 10 de la mañana.

Explico a los indonesios de la máquina lo que tienen que hacer a la noche (simplemente vigilar un único auxiliar, por turnos), hasta las 3 y media de la mañana que vuelvo a entrar yo, para arrancar la máquina, ya que a las 4 salimos en principio para cruzar el canal y lógicamente los engrasadores no saben arrancar nada porque conocen el barco desde hace 30 minutos. Me dispongo a meterme en la cama, son casi las 10 y media… y vienen los electricistas. De traca. 

Para cruzar el canal, obligan a llevar en proa un proyector, ellos ponen el proyector, pero nosotros tenemos que poner una base (que ya venía montada desde Vigo) y un enchufe de potencia normalizado de 220 Voltios, que también estaba montado desde Vigo. Traen el proyector en ese momento, y resulta que los tres “electricistas”  (nótese la presencia de las comillas) no saben cómo montarlo. Voy a la proa con un engrasador indonesio, Hafid, deseando ya para entonces que los israelíes celebrasen los 50 años de la guerra de los seis días invadiendo de nuevo Egipto y montando una sinagoga en la base de la esfinge y de la madre que la parió. Llego allí, y resulta que traen un foco con pinta de ser un sobrante de los focos antiaéreos de la segunda guerra mundial, abandonado allí por los chicos de Rommel y su Africa Korps cuando salieron por patas. Aquello ya no era viejo, era una antigüedad. Estaba por preguntarles de qué museo (o de qué vertedero) lo habían sacado cuando veo el enchufe de potencia normalizado que traían: Dos cables sueltos. Eso era un problema. El enchufe normalizado que teníamos nosotros está diseñado para que no puedas conectar nada que no vaya con un enchufe normalizado. Si metes dos putos cables directamente en los orificios del enchufe, no funciona el interruptor y no puedes meter corriente. Tras mucho discutir, les traigo una alargadera normal, pero tiene una seguridad que no permite que se meta nada que no sea un enchufe, así que no vale para nada. Al final, decido desmontar nuestro enchufe normalizado, y conectar sus cables directamente en el interruptor. Entonces, para poder conectar, hay que saltarse las seguridades, y eso se hace con un destornillador empujando la seguridad de la entrada del enchufe, otro destornillador en la otra mano pulsando la seguridad de la puerta del interruptor, y una tercera mano (que no me ha crecido, era la de Hafid) girando el interruptor. A todo esto, los electricistas se dedicaban a mirar cómo trabajábamos Hafid y yo, porque eso de tocar un destornillador… Como que no. Eso de trabajar provoca nauseas, sarpullidos, diarrea y embarazos no deseados. El invento que hacemos, sale bien. Funciona. Las doce y media de la noche, foco encendido. Me voy a la cama. 

Doce y cuarenta minutos, me vienen a llamar porque ya no vamos a entrar al canal a las 4 de la mañana, sino a la 1. Dentro de 20 minutos. Bajo de nuevo a la máquina, cagándome  en todo lo que es Suez, Port Said, las pirámides, los faraones, Cleopatra y Egipto en general. Creo que nunca en mi vida he soltado tantos tacos en tan poco tiempo, mientras me pongo a preparar la partida. Arranco el motor, la transversal de proa, el molinete para poder subir el ancla, espero a que se empiece a navegar, explico al otro engrasador (Sugiarso se llama pero todos lo convertimos en  “Sugi”) lo que debe controlar, y me voy a la cama por fin… pues no. El práctico quiere que apaguemos la luz del proyector de proa, y los “electricistas” no saben cómo pueden hacerlo. Voy a proa, apago la luz y por fin, a las dos pasadas, me voy a dormir. 

Nunca supe qué demonios eran esa especie de barcazas.
Me levanto a las 3 y media. Voy a desayunar en el comedor. Allí están los “electricistas”, los tres, repantigados en nuestros asientos, con sus pies descalzos sobre nuestros bancos, y viendo en nuestratelevisión algo que tenía una pinta enorme de ser una telenovela argelina, o algo así, el equivalente en árabe a las telenovelas venezolanas. En vez de salir una malvada con un cuerpazo de infarto, allí salía una tipa que lo mismo se llamaba Manolo y hasta hacía 3 semanas hacía la ruta El Cairo-Argel con un camión de tres toneladas, porque no se le veía ni la cara. Que estuvieran allí tirados con la tele puesta mientras justo al lado había tripulantes intentando dormir, me molestó, pero lo que más me jodió es que la cafetera estaba vacía, y que en el suelo estaban sus cutrechanclas, en el paso, donde más estorbaban. Mosqueo ya desde la mañana… “Oye, chaval, esto es MI CASA, no la tuya, esa mierda, o a tus pies o donde no moleste, pero no ahí, apestando”. Por suerte para todos, el tipo no rechistó. Me hice un colacao, y bajé a la máquina. Mandé a Sugi a la cama, y quedé en la máquina, soportando los bostezos. A las 4 y media, me llaman por teléfono a la máquina, hemos cambiado de práctico y tenemos que volver a encender la luz. Por supuesto, los “electricistas” no se movieron de delante de la telenovela. Pero yo necesitaba una tercera mano, no podía apretar una seguridad con el destornillador de mano derecha, la otra con el destornillador de la mano izquierda y girar el interruptor con la polla, más que nada porque a esas horas y con el sueño que tenía, ni siquiera estaba seguro de tener polla aún. Por suerte, había un marinero ivorien, David, que me ayudó, porque si estoy esperando a los electricistas…

Siete y media de la mañana. Paramos. Hemos llegado al Bitter Lake,  “Lago Amargo”, como si el resto del camino fuera dulce, la madre que los parió. Echamos el ancla y quedamos allí parados, en principio hasta las 2 de la tarde. A las 8 llega a la máquina Hafid. Desayuno un bocata, y me voy a la cama, a dormir más de dos horas seguidas por fin. 

Uno de los mil puestos militares del trayecto.
Son tres horas y media, porque a las 12 en punto me vienen a llamar. Se vuelve a adelantar la salida, en 20 minutos a navegar. En esta ocasión, la noticia me alegra. Cuanto antes salgamos, antes acaba este suplicio y antes pierdo de vista Egipto. Arrancar, comer algo, y salgo a cubierta, a ver el espectáculo, por llamarlo de alguna forma. El canal de Suez no deja de ser una brecha que han abierto en pleno desierto. A babor del barco, la península del Sinaí, a estribor, África. Delante, un mercante con bandera turca, a popa nadie porque éramos los últimos del convoy, y es que el canal es tan estrecho que no pueden cruzarse dos barcos en pleno canal, hay que hacer convoyes para alternar el paso, pasan 15 barcos (o un número parecido) del mar rojo hacia el Mediterráneo, y luego otros tantos del Mediterráneo al mar rojo. Hace 20 años que se habla de ampliarlo, pero no se tiene noticias de las obras. Cada 200 metros de canal, poco más o menos, hay un pequeño puesto militar, por llamarlo de alguna manera, básicamente lo que hay es una pequeña edificación con una alambrada cutre alrededor y una garita en la que se supone que hay un guardia. En muy pocas vi que hubiera alguien, tal vez estuvieran todos en la hora de la siesta (que al menos para los electricistas era a todas horas, no sé para los militares). Lo más importante de todos esos puestos, al menos lo que ocupaba más espacio, era la cuerda en la que había ropa colgada, entre la edificación y la garita. Es curioso, TODOS los puestos tenían ropa colgada. ¿Sería que ese día tocaba colada en el ejército egipcio, o sería que nunca nadie descuelga la ropa? No lo sé, y la verdad, tampoco es que me interese demasiado la respuesta. 

Y por fin llegamos a Suez, en el mar rojo. Se llevan la “embarcación auxiliar”, y mientras los marineros se dedicaban a limpiar, desinsectar, y desinfectar la zona de cubierta en la que había estado, un “electricista” me llama para desconectar el foco. Llego a proa, y mientras quito los cables el tipo, con dos cojones, intenta hacerse el simpático.  Intenta darme conversación, y como ve que no le hago caso (ganas tenía yo de hablar con el impresentable aquel), saca el tema de la puta luz y su conexión. 
Suez, vista desde la popa.

-“no tenemos conexiones estándar porque casi ningún barco las trae, entonces traemos así, dos cables sueltos”
-“coño, pero a nosotros nos obligáis a tenerlas, o sea, que obligáis a traerlas, pero  como hay algunos que traen las cosas mal, tenemos que jodernos los que las traemos bien…”
-Pues sí, básicamente es así”
-“Coño, pues qué bonito… una pregunta, ¿vuestra madre ya se jubiló o sigue de puta?”

Por suerte, no entendió esto último, oportunamente dicho en castellano en vez de en inglés. Y se fueron los “electricistas”, el práctico, y el guardián de puerto. Éste último se puso en plan agresivo en el puente antes de irse, porque tardaron más de 10 segundos en firmarle el papel que traía y que era para poder cobrar el “servicio” que había hecho a bordo. Perdimos de vista por fin a todos los parásitos que había a bordo. 

En resumen, que espero no tener que volver nunca más a este país. Por placer, os aseguro que no volveré. Por trabajo, lo intentaré evitar. 

Un añadido: ¿Alguien creía de verdad que íbamos a volver a ver los planos que se había llevado el inspector del canal? 

Otro añadido más: Los que se fueron a casa, no pisaron un hotel. Les llevaron directamente del barco, al aeropuerto.  Sin dormir, sin ducharse, sin cambiarse de ropa tras más de 4 horas de coche por el puto desierto. Cogieron el avión sin comer nada más que el café que pudieron tomar en el aeropuerto desde la cena improvisada del día anterior. Otra maravilla del consignatario, que (cágate lorito) decía que nadie le había avisado de que había gente que iba para casa… hasta que le enseñamos el e-mail que le había llegado a él (con copia al barco) casi una semana antes. Entonces ya no tenía más salida que decir “no lo vi, no lo vi”. Es curioso, debe tener un problema con el correo (o con la vista, o con el morro que le echa) porque seis meses antes, cuando otro barco de la empresa estuvo en la misma situación, tampoco hubo hotel para los viajeros. Entonces, además, desde las 5 de la tarde que les dijeron que iban a recogerles hasta la una de la mañana que les recogieron en realidad, estuvieron jugando una partida de mus.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una mirada atrás antes de iniciar una nueva época.

Arrastrero hundido en Mauritania- noticia copiada de "La voz de Vigo"